Amanece temprano, y mientras los tímidos rayos de sol se cuelan por las rejillas de las carcomidas persianas mi corazón permanece en penumbra.
Mi cuerpo lucha por liberarse de aquellas finas sábanas que se le pegan a las sudorosas y pesadas piernas, pero todos sus esfuerzos son en vano. Mis fuerzas se consumen mientras las lágrimas juguetean rodando por mis pálidas mejillas hasta fundirse con la húmeda tristeza que alberga la almohada.
Aquella sonrisa fingida se ha cansado de realizar apariciones estelares y de recibir falsos vítores que finalizan con murmullos fruto de la envidia. Los días felices han quedado en el olvido y últimamente todas las nubes anuncian tormentas, tormentas de frustración y de anhelo, tormentas de tristeza y melancolía, tormentas que se empeñan en ocultar el sol.
Me desvanezco sobre el cálido colchón y todas las sombras de la habitación se ciernen sobre mi pecho, al fondo se oyen sirenas que anuncian un alma hecha pedazos y un puñado de sombras en el corazón.
Firmado: Celia
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