CAPÍTULO 4. SILVIA
Una sonrisa recorrió mi cara cuando oí mi nombre
junto al de Adam. No me sorprendí porque había sido yo la que lo había
conseguido. No me había resultado muy difícil convencer a la profesora, o mejor
dicho, a mi madre. Es de ese tipo de profesores que aparentan ser duros pero en
el fondo es una madre dulce, con que te diga que hace galletitas ya queda todo
claro. Primero había empezado obedeciéndole lo que resultaba verdaderamente
extraordinario en mi, más tarde había salido a hacer la compra lo que en mi
vida se reduce en ir al quiosco, pero la había hecho y todo por amor, aquello
que empieza con pequeños hormigueos en el estómago y acaba con locuras. Bueno
también hice más cosas pero lo puedo resumir en hacerle la pelota, hasta que
por fin salieron de su boca las palabras mágicas: “¿Qué quieres cariño?” Había
tardado demasiado en pronunciarlas, ya era casi de noche y me había pasado todo
el día haciendo trabajos o mejor dicho oficios para ella. Creo que mis gotas de
sudor en la frente fueron suficiente para terminar el trabajo porque cuando se
lo dije solo trajo su carpeta, y en un folio blanco apunto mi nombre junto al
de Adam sin hacer ninguna pregunta. Mis padres estaban divorciados y mi madre
no tenía ese brillo en los ojos desde que papá se fue, él había rehecho su vida
en Argentina con una mujer de allí, pero mi madre no había tenido mucha suerte
en el tema del amor “todos le salían ranas” o eso era lo que ella decía. Yo ya
estaba acostumbrada a oír sollozos nocturnos, aunque ella intentaba no
despertarme, así que por las mañanas yo hacía como si nada hubiese pasado,
aunque sus ojos hinchados lo decían todo. Bueno, volviendo al tema, Adam y yo
hemos quedado en su casa esta tarde, todavía tengo apuntada su dirección en mi
mano izquierda.Creo que en este momento me tendría que empezar a preparar,
puedo resultar especialmente tardona a la hora de maquillarme, peinarme,
vestirme y esas cosas de mujeres lo que se
reduce en “ponerme guapa”.
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