Marco parecía triste, desolado.
La vida de Amanda se perdía poco a poco. Aquella habitación, la 316, había
marcado su vida, de principio a fin. Sería un milagro que su chica saliera de
aquel accidente.
Unas horas antes Amanda había
salido dirección a la universidad con su moto, su bonita moto rosa. Un coche a
toda velocidad se la había llevado por delante haciéndola volar por los aires y
caer en la acera, con un charco de sangre a su alrededor.
Al enterarse de la noticia, Marco
había salido hacia el hospital, allí se encontraba ella, más bonita que nunca,
con la amplia luminosidad de aquella habitación blanca, muchos cables recorrían
su cuerpo, y su cara estaba cruzada por una llamativa cicatriz. Los médicos no
sabían si despertaría, había sido un fuerte golpe. Marco acababa de salir de la
habitación, estaba dominado por el pánico, no podía perder a la persona que más
le importaba, y a la única que tenía en el mundo.
Se oyó un pequeño grito, sin fuerza, en la
habitación, era Amanda, había despertado. Pero esa alegría no duro mucho, ya
que cuando Marco se acercó, ella permanecía quieta, estaba fría. El amor de su
vida había muerto. Marco se derrumbó, no podía reprimir sus lágrimas y cayó al
suelo sollozando. La última palabra de Amanda había sido “Marco”. Le amaba con
todo su corazón, pero ya no tenía fuerzas para seguir en este mundo. Las
reanimaciones de los médicos no servían para nada. Ella había decidido irse,
pero no sin dejar una despedida a Marco. De pronto los ojos de Marco se
iluminaron, debajo de la cama, había un CD. Con las fuerzas que le quedaban, a
toda prisa, metió el CD en el ordenador, y allí apareció ella, cantando el
cumpleaños feliz. Siquiera se había dado cuenta, era su cumpleaños, pero
también el peor día de su vida.
Unas semanas después salió en las
noticias, que un joven había parecido muerto en la bañera de su casa, se había
suicidado y en la pared, con un rotulador rojo aparecía escrito: “Sin ella, yo
no era nada”